viernes, 26 de octubre de 2018

LA PRÀCTICA DE LAS POSTURAS por Andrè Van Lysebeth - parte 1

Si bien es evidente que el yoga no se limita a las asanas, no es menos cierto que èstas constituyen los cimientos de esta ciencia, tanto en sus aspectos predominàntemente fìsicos, como en sus tècnicas psìquicas, sobre todo en la meditaciòn. Las asanas no son sòlo la puerta de entrada del llamado yoga corporal; abren tambièn una vìa de acceso a todos los estadios psico-fisiològicos del yoga. La práctica correcta de las asanas es una exigencia para todo adepto del yoga.

Antes de estudiar en detalle las condiciones de su ejecuciòn, recordemos que un asana es una postura corporal que se mantiene: 1) en la inmovilidad; 2) largo tiempo; 3) sin esfuerzo; 4) con control respiratorio y 5) con control mental. Para que haya asana -y por consiguiente, yoga- es necesario y suficiente que se dè este conjunto de condiciones.

Nos fijaremos en primer tèrmino en el aspecto muscular de las asanas, pues es necesario compenetrarse bien del hecho que, en las asanas yòguicas, los mùsculos son colocados deliberadamente en una situaciòn excepcional, e incluso anormal, lo que no significa, sin embargo, anti-fisiològica, sino todo lo contrario. En efecto, el estado en que deben encontrarse los mùsculos durante el mantenimiento de un asana es fundamentalmente diferente de todas las situaciones que se dan en la vida cotidiana, ya se trate del deporte, la gimnasia, el trabajo o incluso el reposo.

Para comprender la diferencia entre estas actividades y las asanas del yoga, formulèmonos ingenuamente la pregunta: ¿Cuàl es la caracterìstica esencial del tejido muscular? ¡La contractilidad, sin duda! Si el mùsculo pone el esqueleto en movimiento (y aquì no consideramos màs que los mùsculos voluntarios que se insertan en el esqueleto), ello se debe a que puede encogerse. Sea cual fuere el movimiento que se ejecuta, lo que lo provoca es necesariamente la contracciòn de uno o varios mùsculos. Ahora bien, en el yoga -y solamente en el yoga- los mùsculos se estiran sistemàticamente. Dicho estiramiento es una caracterìstica esencial de las asanas, por oposiciòn a todas las demás actividades físicas, a todo trabajo. Desde el sueño profundo hasta el esfuerzo màs intenso, por lo menos en las circunstancias habituales, el mùsculo oscila ùnicamente entre una relajaciòn tan total como sea posible y una contracciòn màxima.

 Lysebeth realizando uddiyana bandha en padmasana

EL LÌMITE DE LA ELASTICIDAD NORMAL DEL MÙSCULO

 Aparte su contractilidad, el mùsculo es elàstico, pero con una elasticidad totalmente diferente de la del caucho, por ejemplo, que se puede estirar hasta romperlo. El mùsculo tiene un lìmite habitual de elasticidad, y al aproximarse a dicha frontera, manifiesta una resistencia creciente. Todos los movimientos, sean ràpidos o lentos, se sitúan dentro de esta zona de elasticidad habitual del mùsculo, que es la que determina el grado de flexibilidad o de rigidez de un individuo.

Todas las asanas del yoga estàn encaminadas a estirar uno o màs grupos musculares mucho màs allà de su lìmite de elasticidad normal. Ciertas condiciones para la ejecuciòn de las asanas se derivan , pues, de las propiedades del mùsculo colocado en esta en esta particularìsima situaciòn. El mùsculo accede a traspasar esta frontera, pero dadas ciertas condiciones:

 1) Que se lo persuada a distenderse. Cuando llega a su lìmite de elasticidad habitual, la tendencia normal del mùsculo es ponerse a la defensiva, contrayèndose para protegerse. Esta reacciòn natural de defensa debe ser evitada, y la ùnica manera de lograrlo es la descontracciòn voluntaria. En las práctica de las asanas -en paschimottanasana por ejemplo- se llega muy pronto al tèrmino de la flexiòn, y si se insistiera en ir màs allà, la sensaciòn de estiramiento no tardarìa en convertirse en dolor.

Desde el momento en que los mùculos comienzan a "tirar" es necesario, por ende, descontraerse y no dejar que se manifieste en ellos la reacciòn de defensa. Cuando se percibe la resistencia al estiramiento, està permitido llegar hasta el "dolor agradable"; con ello me refiero a esa sensaciòn de estiramiento no dolorosa, pero que llegarìa serlo si en ese momento se forzara el mùsculo. Hay que interiorizarse con calma en los mùsculos que se rebelan , y persuadirlos a que distiendan. El procedimiento clàsico es utilizar cada respiraciòn para ayudar al mùsculo a que se relaje, a que se deje llevar un poco màs lejos.

2) Que se le conceda el tiempo necesario. Hay que excluir por completo la prisa en la práctica de yoga. Dentro de sus lìmites de elasticidad habituales, el mùscuo cambia de longitud casi instantàneamente. Alcanzando su lìmite, se aviene a dejarse estirar a condiciòn de encontrarse relajado (vèase lo dicho), cosa que solo es posible si le concede el tiempo necesario. Esto incluye una tracciòn suave y continua que debe mantenerse durante un perìodo de varias decenas de segundos. Sabedores de que esto es asì, nos bastarà entonces con esperar para sentir poco a poco que los mùsculos ceden a la tracciòn y se alargan.

3) Que durante este estiramiento se lo proteja contra cualquier movimiento brusco.

Imagìnese el lector el mùsculo, primero relajado, despuès estirado progresivamente hasta màs allà de su lìmite habitual. Es comprensible que, en ese momento, no se le puede imponer una intensificaciòn brutal de dicho estiramiento por obra de un agente exterior, un empujòn o tiròn por ejemplo, pues al no disponer ya de ningùn margen de seguridad, el mùsculo resulta vulnerable. Normalmente, un mùsculo no corre riesgo alguno si se deja que la asana "se haga", e incluso si se le agrega una tracciòn progresiva (la tracciòn de los brazos durante paschimottanasana para seguir con el ejemplo citado). El peligro se presenta si se aplica un empuje. En ciertos ashrams de la India, el maestro recurre sistemàticamente al empuje exterior. En paschimottanasana, he visto como un ayudante se subìa con ambos pies sobre la espalda del adepto que estaba realizando la asana. Los adeptos occidentales podrìn caer en la tentaciòn de imitar este ejemplo, que representa riesgos si se ignora el momento exacto en que se debe empezar a aplicar el empuje: si el adepto està ya muy relajado y se inmoviliza durante uno o dos minutos en su fase màxima, un empuje sobre la espalda implica el riesgo de que se produzca una distensiòn muscular; riesgo, innecesario es decirlo, tanto mayor cuanto màs fuerte y brutal sea el empuje. Si se aplica una presiòn exterior, es menester hacerlo desde el comienzo de la fase de relajaciòn del mùsculo, cuando esté a punto de franquear su lìmite de elongaciòn habitual para entrar en fase de estiramiento.

Cualquier crispaciòn o estremecimiento del mùsculo indica que este no se encuentre distendido.

Por la misma razòn, es necesario estar tanto màs concentrado o, si se prefiere, tanto màs interiorizado en el grupo muscular sometido al estiramiento cuanto màs se aproxima uno al màximo de intensidad de la asana.

De lo que acabamos de decir se sigue que una postura sòlo llega a ser una asana a partir del momento en que se ha pasado el lìmite de elasticidad normal del mùsculo y se lo estira con suavidad. Por eso es indispensable permanecer en la mayor inmovilidad posible durante la ejecuciòn de las asanas. El menor movimiento vuelve a llevar al mùsculo a la zona de elasticidad habitual. Esta es una de las razones que imponen lentitud e inmovilidad prolongada para que sea posible obtener los efectos de las posturas.


Fuente: "Mi sesiòn de Yoga" de Andrè Van Lysebeth. 

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