lunes, 21 de marzo de 2022

LA TRADICIÓN DE LOS YOGUIS por Adrián Muñoz

arte del Bahr al-hayat
En India, cuando la gente habla de yoguis generalmente se refiere a un tipo específico de yoguis. De hecho, desde hace bastantes siglos (al menos desde aproximadamente el siglo XIV de nuestra era), los textos antiguos y medievales de India utilizan términos como siddha, yogī o jogī para designar a una clase de ascetas más o menos bien definida, aunque siempre han resultado algo escurridizos. Este asceta se distingue del resto de las órdenes de renunciantes y santones indios (sādhu, sannyāsī, vairāgī) sobre todo por los ostentosos aretes que portan en ambas orejas, conocidos como kuṇḍal. Vale la pena decir que estos aretes les perforan el cartílago, que no el lóbulo. Se trata de una insignia que pone de manifiesto el hecho de que el asceta ya no sólo es renunciante, sino que ha recibido iniciación y ha sido aceptado en la gran orden de yoguis que siguen el camino preconizado por Gorakhnāth, un legendario yogui de la India premoderna. En el imaginario colectivo de la península, yogī es frecuentemente sinónimo de gorakhnāthi, es decir, seguidor de Gorakhnāth.

No es, sin embargo, éste el único nombre que se aplica a esta orden de prodigiosos yoguis. Los varios apelativos son: nāthpanthi, nāthyogui, avadhūta, siddha, kānphaṭi (lit., “oreja perforada”) y hathayogī. He aquí uno de los puntos más importantes acerca de este grupo religioso. Son practicantes del célebre sistema psicofísico conocido como hathayoga. Pero no sólo eso: es a sus gurus legendarios (Gorakh y su maestro Matsyendra) a quienes se atribuye la consolidación de esta forma de yoga. Sus seguidores se habrían encargado de difundir este yoga por los más diversos puntos del subcontinente asiático, al menos hagiográficamente.

Los orígenes del hathayoga se pierden en una confusa interacción de distintos grupos ascéticos de distintas procedencias religiosas: budistas, śaivas, śāktas, pero eventualmente esta forma de yoga llegó a estar estrechamente vinculada con una orden en particular, una orden más bien ubicada en el fuero hinduista. Ahora bien, a menudo la gente no está consciente de que el yoga se apoya en un aparato religioso y simbólico harto complejo. No se trata simplemente de adoptar posturas físicas y contener la respiración y sentir “una paz interior”, sino de la adherencia a un culto con sitios sagrados, leyendas y vicisitudes históricas. Al mismo tiempo, resulta particularmente cierto de los hathayoguis que la práctica soteriológica (la búsqueda de la liberación) no ha estado nunca desligada de las preocupaciones terrenales, algo que suele chocar contra nuestras nociones acerca de la espiritualidad india (concretamente la hinduista y la budista). Más de una vez, los nāth-yogis de carne y hueso han estado ligados a monarcas o a centros de poder importantes, tanto en el periodo premoderno como en el mundo contemporáneo, desde gobernantes mogoles hasta el parlamento indio. 

Entre los siglos XII y XV, el hathayoga se convirtió en un sello distintivo de los nāth-yogis, una orden religiosa devota del dios Śiva y cuya impronta en el subcontinente indio ha sido profunda. La orden continúa vigente, sobre todo en el norte de la península. No sólo se pueden hallar templos o imágenes relacionados con los nāth-yogis de manera relativamente sencilla por aquí y por allá, sino que las historias en torno de sus gurus legendarios inundan la imaginación popular de todo el sur de Asia. Así, acaso el nāth-yogī sea uno de los personajes más recurrentes en el folclor indio, tanto en su versión de héroe como en la de ominoso y liminal hechicero. 

En parte debido a esto, la literatura medieval tardía, escrita ya sea en sánscrito o en lenguas vernáculas, emplea con bastante frecuencia el término yogīn (voz sánscrita) o jogī (forma vernácula) para referirse a un seguidor de esta orden. Ello no quiere decir que todas las ocurrencias del término se apliquen a los nāths, pero sí que, al menos en ciertos contextos, tal ha sido la tendencia. Ése es el caso particular de la poesía devocional que se desarrolló entre los siglos XIV y XVI e.c., sobre todo en el norte de la península y en lenguas vernáculas; dicha poesía es la que nos ha legado nombres como Kabīr, quizá el más afamado poeta místico de la India premoderna, y Guru Nānak, fundador del sikhismo. Ambas figuras, vale la pena puntualizar, han estado ligadas al nombre de Gorakh en la literatura hagiográfica tanto del sikhismo como del Kabīr Panth, lo que da cuenta del grado de influencia y relevancia que el Nāth Panth tuvo al menos durante esos siglos. 

En algún momento de sus albores, el Nāth Panth destacaba por diversas prácticas consideradas poco ortodoxas o poco aceptables por la comunidad convencional. A medida que nuevas subcorrientes florecieron –al igual que otras tradiciones y contactos entre ellas–, parece que hubo espíritus de reforma dentro del sampradāya (tradición o sistema religioso) de los siddhas y los yogis, lo cual supuso un replanteamiento de conceptos básicos y claves para esta tradición. Inicialmente se alababa la práctica incipiente de hathayoga, pero con el paso del tiempo esta forma de yoga parece haber mutado. Los textos sobre hatha (tanto los tempranos como los tardíos) no plantean exactamente lo mismo. Qué exponía el hathayoga inicial vis-à-vis el yoga clásico, y qué expone posteriormente son algunos de los puntos de partida en este análisis.

arte del Bahr al-hayat

 LOS NĀTH-YOGUIS PROVERBIALES 

Para tener una idea más concreta de lo que es el Nāth Panth –la orden de yoguis que popularizó el hathayoga–, es importante recordar que no se trata de un grupo difuso de simpatizantes del yoga en general, sino de una orden religiosa muy añeja y cuya identidad se ha configurado y reestructurado a lo largo de varios siglos. Se trata de una orden religiosa muy bien establecida y de cierta alcurnia, por así decirlo. Digámoslo con todas sus letras: para ser un (nāth) yogui hay que pertenecer al Nāth Panth. Ello quiere decir que no basta con practicar hatha: saber posturas y otras técnicas no lo convierten a uno en yogui desde el punto de vista del ámbito tradicional indio; es menester haber recibido una iniciación formal a manos de un guru calificado. En el caso del Nāth Panth, la iniciación queda sellada con la perforación de ambas orejas y el acogimiento de las arracadas características de los yoguis. Este rito de pasaje supone adherirse a un linaje que se remonta a más o menos diez siglos. 

Además de los mantras y demás consagraciones típicas de la mayoría de las religiones subasiáticas, el nuevo yogui recibe la recomendación de rememorar y alabar los nombres de los gurus, o santos, de la tradición. Estos personajes, cuya historicidad es escurridiza como la de muchos santos en India, constituyen los pilares de la orden de los yoguis y cada uno posee una peculiaridad que lo distingue del resto. A veces una figura en particular puede incluso propiciar el surgimiento de una subsecta dentro del Nāth Panth. Además, no es del todo inusual que afloren enemistades entre diferentes subsectas, cuyas animadversiones en ocasiones quedan impresas en las leyendas de la hagiografía nāth

La tradición nāth reconoce una especie de santoral (un conjunto de personajes ilustres) que, sin embargo, no es ni ha sido fijo. El santoral en realidad consta de distintas listas y varias versiones de éstas. Este tema requeriría un estudio mucho más detallado, algo que no pretendo realizar en este volumen. En principio, se habla de una lista de Nueve Nāths, considerados los padres espirituales de la orden. Aunque los nombres tienden a variar considerablemente según la fuente que se utilice, existe un grupo de nombres que tanto en las listas mismas como en otras fuentes distintas figuran a tal grado que podemos reconocerlos como personajes centrales de la historiografía y la hagiografía del panth. Estos personajes son: 

  • Śiva 
  • Matsyendra
  • Gorakhnāth 
  • Jālandhar 
  • Gāhinī
  • Gopīcand 
  • Bhartharī 
  • Kāṇhapā 
  • Carpaṭa 

Además se habla de una lista de Ochenta y Cuatro Siddhas, muchas veces nombrada en la misma fuente que menciona la lista de Nueve Nāths. Ello tiende a incrementar la confusión al respecto, en particular porque la lista de Ochenta y Cuatro Siddhas suele repetir nombres incluidos en la lista de los Nueve: Matsyendra, Gorakh o Kāṇhapā, por ejemplo. La hagiografía del Nāth Panth recurre frecuentemente a estos personajes y dichas historias forman parte del folclor del sur de Asia. Se trata de una suerte de constelación familiar cuyas dinámicas internas nos pueden decir mucho acerca del estado de salud y de la identidad del hathayoga. No se ha podido comprobar que todos estos personajes hayan existido realmente ni cuándo (ni dónde), pero hay diversas especulaciones al respecto. 


- Fuente: "Radiografía del Hathayoga" de Adrián Muñoz. 

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