miércoles, 11 de mayo de 2022

EL HOMBRE EN EL YOGA por Fernando Tola - parte 3

EL HOMBRE YÓGUICO

El individuo yóguico encarna en sí algunos de los rasgos y anhelos más caracterizados de la cultura de la India. De ahí la necesidad de un estudio cabal del mismo para una mejor comprensión de esa cultura.
 


(a) El yogin es un místico. Las doctrinas a que se adhiere contienen los elementos esenciales de las principales manifestaciones de la mística universal. Cree, en efecto, que en el trance se da una experiencia trascendente, que será, según la escuela filosófica o tendencia religiosa a que pertenezca, el aislamiento del espíritu, la identificación del Atman con Brahman, la unión del alma con Dios. Para poder hacerse apto para la consecución del trance debe seguir un género de vida peculiar, caracterizado por el ascetismo y las prácticas de automortificación y por una actitud de desapego y carencia de deseo frente a todo. Y el medio que, directa e inmediatamente, le producirá el trance será el medio clásico de toda mística: la concentración de la mente en un determinado objeto, sea éste una cosa material o un producto de la mente o un sentimiento. No se debe perder de vista este primer rasgo del yoguin, especialmente cuando para practicarlo o para ensalzarlo, se establecen comparaciones entre la cultura de la India y las culturas de occidente. El yoguin debe ser comparado con aquellos individuos de la cultura de Occidente, los místicos, que siguen su mismo estilo de vida. Ostenta las mismas cualidades y los mismos defectos que ellos, lo acecha los mismos peligros y como ellos tiene un fundamento inconmovible que es la fe en los principios que rigen su vida. 

(b) El hombre yóguico tiene la concepción negativa de la vida, característica por lo demás de la mayoría de las doctrinas filosóficas de la India. Ya desde las más antiguas Upanishads se ha tomado conciencia de lo dolorosa que es la vida. El dolor, que la existencia humana comporta, se multiplica al infinito debido a las reiteradas reencarnaciones, a que está sometido el hombre, dominadas todas ellas por el signo del sufrimiento. La Brihadáranyaka-upanishad había dicho (3. 4,2) que todo lo que es  diferente del Atman es dolor: ato’ nyad artam. De acuerdo con el Budismo, tres son las características de todo: la impermanencia (anicca), el dolor (dukkha) y la insustnacialidad (anattan). Y Patañjali (II, 15) se expresara varios siglos más tarde de manera similar, en el estilo conciso de los sutras, diciendo: duhkham eva sarvom vivekinah: ‘todo es dolor para el sabio’. 

(c) Dentro de esta concepción sombría todo lo humano o que está relacionado con el hombre pierde valor. Más aún: se convierte en algo perjudicial y dañino. Los sentimientos como el afecto, el cariño, el amor, el apego, la afición; los logros de la cultura como la belleza, el arte, la literatura; la investigación científica, la desinteresada reflexión filosófica, cualquier forma del pensamiento discursivo encadenan al hombre a este mundo a sus manifestaciones, lo alejan de lo trascendente, impiden que escape de esta realidad. Por eso el yogi debe abandonar todo. Mientras más desarraigado y desvinculado está de todo, más cercano estará de la realización de sus anhelos. La Brihadáranyaka-upanishad nos habla de aquellos brahmanes que renunciando al deseo de tener hijos, de acumular riquezas, de procurarse otros mundos, llevaban una vida errante (44,22) y mendicante, cultivando “la pobreza de espíritu propia de los niños” (3.5,1). Y las páginas del Canon Pali no se cansan en describir aquellos bhikkus seguidores de Buda, que habían renunciado a todo para seguir al Maestro y realizar sus enseñanzas, la conquista de lo Absoluto. Y aún hoy día no es raro encontrar en la India a yogins, que se han despojado de todo bien, han apagado en sí toda vida emocional, han dejado de lado toda actividad intelectual, y viven retirados en algún lugar solitario del Himalaya. 

(d) Es indudable que estas aspiraciones y esta forma de vida llevan necesariamente al empobrecimiento, al vaciamiento de la personalidad. No puede esperarse de ellas un enriquecimiento y un refinamiento de los sentimientos, una ampliación de los límites intelectuales del individuo. Por eso el Yoga, como toda mística, no puede servir de fundamento a un humanismo, entendiendo por tal la voluntad de llevar a sus límites extremos –la personalidad humana, enriqueciéndola sin cesar con nuevas ideas, enriqueciéndola sin cesar con nuevas experiencias vitales. 

(e) El proceso que conduce al trance y el mismo trance, que constituyen la meta suprema del yoga y su característica esencial, ostentan el mismo empobrecimiento, el mismo vaciamiento de la conciencia. Como ya lo dijimos, una vez que el yogin fijó su mente en el objeto de su meditación, los procesos mentales se irán extinguiendo uno por uno paulatinamente; los juicios, los recuerdos, las fantasías, las asociaciones de ideas, los deseos, etc., irán desapareciendo, uno tras otro, poco a poco, conjuntamente con los concomitantes emocionales que usualmente comportan, hasta que la mente se inmovilice en una quietud y apatía absolutas, totalmente vacía, despojada de todo contenido. Este es el ideal del Yoga. Swami Siddheswarananda dice: “La más grande posibilidad del ser humano es imponer silencio a su mente, por el aniquilamiento de los vrittis (es decir: de los procesos mentales)”. (El Raja Yoga de San Juan de la Cruz p. 16). Es curioso observar como esta concepción india, que pone como el non plus ultra de las aspiraciones humanas la cesación de las funciones mentales el ‘cesó todo’ de San Juan de la Cruz, contrasta con la concepción occidental, para la cual la superioridad de la especie humana frente a las demás especies está constituida por el ejercicio más amplio de las dos principales funciones de la mente: la voluntad y el pensamiento. 

COMPENSACIÓN QUE EL YOGA OFRECE POR LOS SACRIFICIOS QUE EXIGE
 
Veamos en qué forma compensa el Yoga el empobrecimiento a que somete a sus adeptos. 

(a) No debe pensarse que gracias al Yoga la vida inconsciente se reintegra en la personalidad, de la manera como el arte moderno lleva al plano de la figuración artística los contenidos del inconsciente o a la manera cómo el psicoanálisis torna conscientes dichos contenidos. Para el Yoga la misma condena pesa sobre la vida inconsciente como sobre la vida consciente. Para el Yoga cada vivencia, cada acción deja un residuo, un samskara, en el individuo, en su inconsciente digamos, aunque la llamada teoría del inconsciente en la psicología india dista mucho, nos parece, de la teoría del inconsciente en la psicología occidental. Estos residuos son potencialidades que deben actuarse en esta vida o en otra, y son por lo tanto los factores directamente responsables de las reencarnaciones. El yogin debe evitar, mediante la conducta yóguica que sigue, que nuevos residuos vengan a agregarse a los que ya existen en su inconsciente, haciendo más gruesa la cadena que lo liga al ciclo de las reencarnaciones; y debe también destruir, especialmente mediante el ascetismo, aquellos residuos que ya existen en él. 

(b) Tampoco debe pensarse que con el Yoga se conquista la libertad. El Yoga pretende alcanzar para sus adeptos aquello que designan los términos sánscritos mukti, vimukti, moksha, vimoksha que se traduce ordinariamente por ‘liberación’. Pero esta liberación nada tiene que ver con la libertad. La libertad supone el ejercicio de la voluntad que se afirma y elige aquello que mejor le parezca o que gratuitamente desee. La liberación comporta el aniquilamiento de la voluntad, tan nefasta como la razón para los fines del Yoga. Y, en todo caso, esa libertad sería una libertad muy peculiar y de contenido negativo, ya que su esencia es la supresión del individuo –como si habláramos de la libertad, frente a las pasiones, de las plantas, del cielo azul y de la piedra.  

(c) La compensación, que el Yoga verdaderamente ofrece por los sacrificios que exige, es doble. Una es de carácter mágico: los poderes sobrenaturales que el yogin alcanza con sus prácticas, como las facultades de tornarse invisible, de aumentar o reducir el tamaño del cuerpo, de alcanzar la luna con la mano, de levitarse, de trasladarse a gran distancia en el lapso de segundos, etc. Se trata, desde luego, de auto-sugestiones, alucinaciones o fantasías y, en muchos casos, de sensaciones realmente vividas por el yogin e interpretadas por él en un nivel sobrenatural. Todas las místicas conocen este fenómeno. La otra compensación es de carácter metafísico: la realización de lo Absoluto. En el trance el espíritu del yogin se libera de lo contingente, que lo tenía aprisionado, y reaparece bajo su verdadera y auténtica naturaleza. Es una compensación de la misma índole que aquellas que otras místicas y religiones proponen a sus creyentes, y como éstas, según ya lo expresamos, al margen de la constatación y de la prueba.

LA CONCEPCIÓN DEL HOMBRE SEGÚN EL YOGA

Después de las consideraciones que anteceden podemos concluir señalando la concepción básica que el Yoga tiene del hombre. Se trata de una concepción religiosa, que pone el centro del ser humano no en este mundo sino en otra esfera de existencia. 

Para el Yoga el yo del hombre –tomando el término yo en su sentido más amplio– tiene dos aspectos bien definidos: el yo empírico, constituido por el cuerpo, la vida emocional y la vida mental, y, detrás de él por decirlo así, el yo trascendente, constituido por el purusha o espíritu, es decir, por lo Absoluto. El yo empírico es algo negativo, un obstáculo para el espíritu en su búsqueda de su verdadera naturaleza. Debe pues ser eliminado, destruido. Está ahí para eso. Y una vez que el yo empírico sea destruido, el espíritu habrá alcanzado el aislamiento, se habrá establecido en sí mismo –masa compacta de conciencia pura, sin ningún objeto en qué proyectarse, sin que exista para él nada externo o interno que pueda perturbarlo, sin límites en el espacio y en el tiempo–, y se habrá hundido lentamente en aquella calma profunda que, con noble e indiferente grandeza, se refleja en los rostros del Buda de Sarnarth o del Vishnu de las grutas de Elefanta.


Fuente: artículo publicado originalmente en la revista "San Marcos". 

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